Lo mágico en los primeros y lo trágico de lo últimos es que ambos generalmente pasan
desapercibidos hasta que se inicia el origen o el final de una historia.
Son tesoros enfrascados en minutos que bien pueden ser una
fragancia eterna.
Son amuletos u advertencias, son cadenas mentales o un
anzuelo para una aventura pasajera o para un boleto solo de ida.
Son inspiración para crear más de la misma índole, o para
generar una némesis que los elimine o que los supere.
Su valor puede subir o bajar de acuerdo a lo que tasen los
ángeles y verdugos de las emociones.
Generalmente van a parecer ínfimos los dichosos, ya que esos
nunca van a tener la cantidad suficiente de minutos para saciar el hambre de
felicidad que el espíritu humano suscita.
Pero también está ese momento inequívoco, ese que acelera
las palpitaciones, que despega ojos y sienes cual nave espacial, ese mismo
instante en que descubrimos que es nuestro.
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